lunes, 30 de agosto de 2010

De que tamaño lo prefieres?


Reconozcámoslo, tanto en hombres como mujeres hay diferentes percepciones acerca del tamaño, y desde el punto de vista de cada quien y dependiendo de qué tan maquiavélico o maquiavélica sea.

Por ejemplo bajo mi propio riesgo me aumenté el busto, con plena conciencia que después de la cirugía, los hombres jamás me mirarían a los ojos, sino un poco más abajo. Porque la realidad es que a muchos señores les importa más el tamaño de las tetas que el tamaño del cerebro en una mujer.
Y nosotras tampoco nos quedamos atrás, pues nunca falta la que busca salir de pobre y le interesa más el tamaño del bolsillo que el tamaño del corazón, del marrano de turno.

En mi caso, prefiero que todo sea de tamaño mediano, pues una inteligencia grande se convierte en soberbia, un corazón pequeño en egoísmo, y bueno en cuanto a los tamaños de ciertas partes del cuerpo eso es algo muy grande… ya que es un tema con mucha tela para cortar y lo dejo a la imaginación…


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domingo, 29 de agosto de 2010

Solteras: Caso de la Vida Real

El año pasado, llegaron de visita a mi casa, personas “amigas” de la familia, esas que conoces desde tu infancia y te vieron crecer pero son indeseables y te alegras de encontrártelas solamente cada dos o tres años.

Como tenían tanto tiempo sin verme, no sabían lo cambiada que yo estaba, (afortunadamente cambios para bien) y me trajeron dos detalles que ninguno me quedó, el primero un gancho para el cabello (Me lo había cortado) y un brasier talla 32 (ahora soy 34b o 36A (eso depende del brasier). En fin …Luego de pasar dos días agridulces y con uno que otro comentarios sarcástico, en donde alardeaban por el marido que se había conseguido la hija y en donde yo en defensa propia hablaba de mi trabajo, de mi proyección profesional. Y no podía entender como a estas alturas, existen mujeres que todavía se vanaglorian por conseguir un Hombre.

Para finalizar esta historia de la vida real, con el propósito de crear un ambiente conciliador le digo a la supuesta tía hijue -putativa, “Que pesar ninguno de los regalitos me sirvió”, y esta me contesta: “Si para la próxima te traigo un marido”.


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sábado, 28 de agosto de 2010

Será que me equivoque de planeta ?



No hay que ser la feminista pelicortica y con bigote, para que te consideren de Marte, lo cual te convierte automáticamente en una extraterrestre pues en este mundo está comprobado que los caballeros las prefieren de Venus o peor… lunáticas!!


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lunes, 9 de agosto de 2010

Puntos Suspensivos



Ni tu eres el mejor, ni yo perfecta... Excelente tema de LaBermudez
Escuché esta canción en Los Caballeros las prefieren Brutas.


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domingo, 8 de agosto de 2010

Soy una Bruja ...a mucho honor

No puedes esperar un príncipe azul sino eres una princesa, los brujos, duendes y guerreros también tienen su gracia y por lo menos son reales, no ficción de los cuentos de hadas…


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Mi Problema con el Matrimonio

por María Elvira Samper.

La ex editora de la revista Cambio , cambió la vida conyugal por una existencia libre de mortificaciones.

Soho le pidió que mirara por el retrovisor su vida marital y nos dejó helados.

Tras mi breve tránsito por esa sagrada institución y luego de un largo camino en el que he encontrado a muchísimas mujeres que pincharon en el intento, he confirmado que mi aversión por el matrimonio es comparable a la que profeso por la leche, el queso de cabra, los verbos colocar y escuchar, el lenguaje políticamente correcto, las palabras con 'ch' (chorizo, chulo, chicha, chinche, chanchullo, chancla, chueco, chumbo...), los chismes de farándula, el jet set, los cocteles del jet set y los lagartos de coctel, las feministas de mochila, el compromiso de género, los almuerzos de señoras, las morisquetas de las Barbies que cierran los noticieros, los tipos que usan medias tobilleras, los vegetarianos, los entierros, las telenovelas, los realities y los libros de autoayuda.

No nos digamos mentiras, el matrimonio es fatal, quedó mal inventado. Es más aburrido que un toque de queda con un militante del Opus Dei, que unos retiros espirituales, que los seminarios de integración de las empresas, que las fiestas de oficina, que las reuniones de padres de familia y que los bazares de colegio.

Es odioso porque fue diseñado para toda la vida y eso, de entrada, hace que la apuesta sea muy arriesgada. Nada más enredado que el ser humano ni más aterrador que la perspectiva de que solo la muerte nos pueda separar.

Considero que echar reversa es un derecho inalienable. Hasta los ríos pueden cambiar su curso. Sin embargo, y aun a sabiendas de que el matrimonio es tan azaroso como una lotería, buena parte de las mujeres -yo, entre ellas- resolvemos en algún momento, por amor, apostarle al gordo. A nuestro gordo. No faltan las muy pragmáticas -y no muy enamoradas- que resuelven chulear al tema para incorporarlo a la hoja de vida; las muy quedadas que rapan la mano a la primera propuesta y se meten en ese berenjenal por el terror de quedarse solteronas, o las muy convencionales que se lanzan al agua por el deseo de tener hijitos con todas las de la ley, como cualquier Susanita que se respete.

No bien termina la luna de miel, quedamos notificadas del fin de nuestro reinado. De ahí en adelante, la poco o mucha autonomía de vuelo conquistada con esfuerzo queda hipotecada a la inveterada creencia de que los hombres nacen con las manos consagradas al Sagrado Corazón. "Hay que cambiar el bombillo del baño", "hay que vacunar el perro", "hay que llevar la ropa a la lavandería", "hay que pagar el teléfono", y mil "hay que..." adicionales, que el dueño de los muebles supone que su media naranja debe traducir en realidades porque él vive muy ocupado y esas son cosas de mujeres. No importa que ella también trabaje y esté tan atareada como él, la división social del trabajo en el hogar juega a favor del pequeño tirano que la suegra ha cultivado con esmero.

En esa lucha soterrada de poder, las mujeres acabamos perdiendo hasta el apellido.
Uno tras otro, ciertos pequeños detalles -o la total falta de ellos- convierten el matrimonio en una especie de servicio militar obligatorio. ¿Qué tal los ronquidos que nos hacen creer que a nuestro lado duerme el león de la Metro? ¿Qué tal el ritual de la mañana, el penoso espectáculo de ese hombre barbado, desmirriado en su piyama azul de rayas, los ojos hinchados y un tufo que se siente desde la cocina? Ni qué hablar del baño compartido, los pelitos de la barba en el lavamanos, el bizcocho salpicado, la crema de dientes aplastada por la mitad, la toalla húmeda en el suelo, los calzoncillos y las medias en un rincón, los cajones y las puertas de los clósets de par en par... Los roces a propósito de nada. Y a la hora de vestirse, las preguntas que se repiten como letanías: "¿Dónde está mi camisa azul?", "¿dónde pondrían mis mancornas?", "¿qué se hicieron mis medias grises?". Debemos dar cuenta de todo. En cambio, a ninguna mujer se le ocurre pensar que su marido deba responderle por el lugar donde reposan unos calzones rosados de encaje, los aretes de perlas o las llaves del carro. Nosotras o sabemos dónde están nuestras cosas o las buscamos.

Si en el matrimonio hay algo que se aplica al pie de la letra es la ley del embudo; Eso lo aprendí en ese colegio donde fui educada religiosamente en "la filosofía del ala de pollo": la pechuga para el marido, el proveedor; piernas y perniles para los hijos, en proceso de crecimiento, y las alas...a esos descarnados apéndices debíamos aprender a sacarles gusto. Y así es con todo.

Si hay dos carros, el más perrata tiene destinación específica: ella. El de tirar pinta: él.
¿Qué programa de televisión ver? El partido de fútbol que a él le gusta.
¿Los almuerzos de familia? Imperativo, es donde su progenitora, porque madre no hay sino una: la suya.
¿Si para colmo de males es golfista? No solo la mujer se vuelve viuda en forma prematura, sino que debe sufrir con resignación cristiana las conversaciones monotemáticas con los amigos de juego sobre los berdies, bogeys y aires que han hecho y, por instinto de supervivencia, mantener la boca bien cerrada. Si la abre, aun para bostezar, corre el riesgo de que le metan hoyo en uno.
¿Y las fiestas? Basta que ella esté animada y en vena porque, justo ese día, el marido quiere salir corriendo. Si el copetón es él -¡güepa jé!- ni soñar con hacerle ojitos para insinuarle que es hora de partir. Y, además, se ve obligada a presenciar el espectáculo cursi de sus coqueteos con las viejas de ambiente o las modelitos de turno, esas con carita de ángel y actitud de zorras. ¿Quién lo convence de que no es obligación raspar fiesta?

Ni qué decir del martirio que significa la espera cuando Romeo no va a comer a la casa. Es la agonía de ver cómo pasan las horas, la eterna duda:
¿me estará poniendo los cuernos? La pregunta salta como gato al cuello. Los ánimos se revuelven, los instintos asesinos se despiertan, dan ganas de largarse para la Patagonia. No es la primera vez. Pero... ¿y si el pobre ha sufrido un accidente, si le han hecho el paseo millonario o le han dado burundanga! ? De pronto, el sonido de las llaves... Ha sobrevivido, mejor no decir ni pío. Sería como arar en el desierto. La solución es dar la vuelta hasta que el hombre caiga fundido. Los ronquidos confirmarán, una vez más, que al lado yace el rey león. Llegaremos como pasadas por trapiche a la cita de las ocho de la mañana.

Para completar el cuadro clínico, los maridos están convencidos de que su posición en el matrimonio es el de marcadores de punta: ¿por qué no estabas en la casa cuando llamé?, ¿a dónde fuiste? ¿con quién almorzaste?, ¿por qué no contestaste el celular? Pero basta que uno abra el signo de interrogación para que broten sindicaciones como reacción en cadena: celosas, controladoras, sobonas... Es que las mujeres -dicen- somos posesivas y no dejamos espacio.
Y por eso, por esa asfixia que supuestamente causamos, es que un buen día deciden irse con su música a otra parte.

Día a día, poco a poco, el matrimonio se va convirtiendo en una jaula, de oro en algunos casos, pero jaula al fin y al cabo. Por eso odio el matrimonio con todos su rituales, sus grillos y sus cadenas. Me gusta dormir en diagonal, atravesada en la cama, tener el control de la televisión, pasar los domingos en piyama, no tener que compartir el baño, ni hablar antes de las 10 de la mañana.

En fin, disfrutar mis pequeñas neurosis, no sentirme culpable por mis mañas y mis antojos y mi manía por el orden. No tener que responder por mis prolongados silencios. A estas alturas de la vida, con las riendas de mi vida en las manos, nada más delicioso que la autonomía de vuelo. Por fortuna, el hombre que quiero y que también comparte la filosofía del 'mejor juntos pero no revueltos', lava -mejor dicho, le lavan- los calzoncillos en su propia casa.

jueves, 5 de agosto de 2010

La Gran Encuesta !

Porque será que cuando tienes 30 años y no te has casado, existen tres opciones dentro de las que puedes ser catalogada:

A. Beata
B. Lesbiana
C. Puta

...O algo peor D.TODAS LAS ANTERIORES !!!!


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