viernes, 3 de septiembre de 2010

La verdad aunque duela / Es-cupido



Por Alejandra Azcarate


Uno no puede tener un amigo que diga amistá, sería la primera razón para dejar de serlo. Tampoco quiero cruzarme con ese ángel amanerado llamado Cupido.
El amor y la amistad, más que palabras, para mí son conceptos afines, unificados, casi sinónimos. No existe la amistad sin el amor y viceversa. En el amor, tal vez el único antídoto contra su desaparición abrupta y total es la existencia de la amistad. Sentimiento y valor que por demás es absolutamente vital en una pareja. La amistad verdadera, por su parte, no está fundamentada en nada distinto que el amor. De otra forma su existencia sería una utopía.
¿Por qué entonces necesitamos nueve meses para pisar septiembre y percatarnos de esta realidad? ¿Cuál es la gracia de celebrar ese bendito Día del Amor y la Amistad como si no hubiéramos tenido ni lo uno ni lo otro el resto de los meses? Amar a alguien y tener un amigo deberían ser hechos celebrables no solo el año entero, sino la vida completa.
Yo perdí la gracia de esa fecha cuando empecé a jugar al amigo secreto, como es costumbre. Me di cuenta de que mientras yo me pasaba días pensando qué le podría gustar a mi regalado incógnito, esa persona ni se molestaba en tener la misma consideración. Di carteras, zapatos, perfumes, maquillaje, corbatas, maletines y hasta un iPod. Todo lo anterior acompañado, por supuesto, de una sentida tarjeta a través de la cual afloraba mi más profundo cariño. A cambio, recibí bonos de CD, medias y lo mejor de todo, un chocolate con maní. Sobra decir que sin dedicatoria melancólica.
A partir de ese momento me declaré la Grinch del Día del Amor y la Amistad. Me parece espantoso que la gente que jamás se ha reportado en todo el año, ni para bien ni para mal, aparezca de la nada con un tono de recreacionista de balneario diciendo: "Feliiiiiz día del amor y la amistá". Me exaspera que omitan la letra D al final de la palabra. ¿Por qué lo hacen? La D es la dignidad de la amistad, ¡no la amputen! Si no la saben pronunciar, supongo que mucho menos deben saber la magnitud de su significado. Uno no puede tener un amigo que diga amistá. Esa sería una razón contundente para dejar de serlo.
No me parece justo que habiendo tanta floricultura en este país, opten por celebrar esta fecha con astromelias, que son las flores equivalentes a un banano en Boyacá: pecoso e insípido. Hay que regalar orquídeas, tulipanes, hortensias o incluso claveles, a ver si entierran de una vez las ganas de volver a llevarle un ramo a alguien.
Protesto contra las tarjetas tamaño cartelera del muñeco cabezón, me rehúso a que dediquen la canción de los enanitos verdes: Un amigo es una luz... Quien la cante, ojalá la encuentre, porque está en la oscuridad absoluta. No aguanto los ring tones con las melodías de Arjona, eso, más que una prueba de amor, lo sería de odio. Rechazo las sonrisas falsas semiparalizadas. Y ante todo, abomino el chocolate con maní.
No quiero volver a cruzarme con medio Cupido más. No resisto que siga atravesando corazones. Ese ángel amanerado que dispara flechas sacando la nalga de lado, no me genera ninguna confianza. En vez de arco debería colgarse una cartera.
Gracias a quienes han tenido el acto de fe al ser mis amigos y a quienes me han amado. Es un gesto que, hasta el próximo septiembre, jamás olvidaré.

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